"¿De donde han salido tantas gaviotas?" se pregunta, en la playa desierta donde acostumbra a correr. Ve como se alzan a su paso, como planean.
Corre un buen rato, a ritmo constante, hasta que se para en el lugar habitual. Coge aire, hace gimnasia. Le gusta ese paraje, puede gritar, blasfemar, ser obsceno... Nadie le oirá. Se tumba sobre la arena, mirando las nubes. Cierra los ojos, relaja, uno tras otro, todos los músculos del cuerpo; estático, con la boca abierta.
¿Qué piensa? ¿Qué pasa por su cabeza cuando algo se precipita con ímpetu hacia su interior? Se retuerce, se aprieta el estómago, quiere vomitar... Es inútil: solo expele saliva. Parece una gárgola frente a un mar que no para de reír. Entre espasmos, inicia el camino de regreso, huyendo de si mismo, buscando auxilio. Mientras, algo va creciendo en su interior.
Acelera rabiosamente la carrera y nota, perplejo, que el esfuerzo no lo fatiga. Al contrario, siente el cuerpo ligero como una pluma, y deja de percibir molestia alguna.