Cuando ella entra en el ascensor, encuentra una vieja que no le llega a la rótula. Cabello blanco, cardado, vestida de negro. Ella la saluda, no hay respuesta.
Por la tarde, ella decide bajar a por fruta. La vieja está dentro del ascensor. “¿Por qué?”, le pregunta. Ninguna respuesta. Al regresar de la tienda y encontrarla de nuevo dice: “Venga. No se quede aquí.”
La hace pasar al salón de su apartamento. "Ahora regreso", le dice. Va a la cocina, deja la fruta encima del mármol. Antes de entrar en la sala observa, por el resquicio de la puerta, como la vieja escala el sofá y se pone cómoda. Ella entra y se sienta delante, en una mecedora. Se miran, no hablan.
Al día siguiente suena el teléfono como una alarma. Ella se acerca soñolienta, coge el auricular. Escucha una voz, no dice nada, cuelga el teléfono y regresa a la mecedora. Se miran. El aparato vuelve a sonar, pero ahora lo ignora, como también ignora, días más tarde, el timbre y los golpes y las voces tras la puerta.
La fruta se pudre encima del mármol.
6 comentaris:
Primera versión
IX. FRUTA
Al abrir el ascensor, Alicia encontró dentro una persona que no le llegaba a la rótula. “Parece una viejita de pueblo”, pensó, “candorosa, vestida de negro. Pero extraordinariamente pequeña.” El encuentro borró el laberinto de pensamientos amargos donde Alicia había estado sumergida. “La saludo y no contesta”, se dijo, “¿por qué no habla?” Cuando salió del ascensor, los ojos de la vieja eran el único paisaje que habitaba su cabeza.
Por la tarde, Alicia decidió bajar a por fruta y encontró a la vieja dentro del ascensor. “¿Qué hace aquí?”, preguntó, “¿qué le pasa?”. No hubo respuesta. Cuando regresó de la tienda y la vio en el mismo lugar dijo: “Véngase, no se quede aquí.” La vieja circuló ágil delante de la puerta del ascensor y de la vivienda que le habían abierto. “Pase a la sala, regreso en un momento.” La anfitriona dejó las bolsas con la fruta sobre el banco de la cocina. Antes de entrar en la sala vio, por el resquicio de la puerta, como la vieja escalaba el sofá para acomodarse. Alicia se sentó delante, en una mecedora. Se miraban. No decían nada. Horas. Más horas. “Estoy a gusto”, dijo Alicia, “contigo me siento reconfortada.”
La vieja ocupaba los días de Alicia. No necesitaba comer ni dormir ni salir a las calles de la gran ciudad. “Todo lo que necesito me lo das tú”, decía. La fruta se iba pudriendo en las bolsas.
Una mañana sonó el teléfono como una alarma. Alicia se acercó soñolienta, se lo puso junto al oído. “¿Alicia?...” “Sí”, respondió. “Soy Rosa, ¿cómo estás?, ¿cómo llevas lo de Joan?... Deberías salir un poco y animarte… Todo se olvida, cuestión de tiempo…”
Alicia colgó el teléfono y regresó a la mecedora. El aparato siguió sonando, pero se había convertido en algo ajeno a su mundo, como fueron ajenos, más tarde, el tintineo del timbre, los golpes en la madera y los gritos apagados tras la puerta.
No existió nada más allá del calor que irradiaba la vieja.
(Olvidé decir que esta versión goza de corrección hereje)
Correcciones las que sean, pero ha quedado mejor el texto "refundido" o pulido; dice menos y resulta más intrigante, más claustrofóbico, más amenezante, más y más y más... ¡Cómo me gustan estas espirales!
Gracias AV.
El escritor madura.
Me gusta tu blog.
Saludos.
Viniendo de no recuerdo donde, yo habia visitado el suyo hace unos dias, pero soy muy tímida. Me gustan sus dibujos, igual algun dia le pido permiso para utilizar alguno.
Permiso concedido.
Un saludo.
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