El hombre de cincuenta años camina por los rincones más ocultos de un bosque, a media mañana, meditando sobre la grisura de su existencia. De pronto encuentra una cabaña, construida con troncos de pino. Abre la puerta. Atada a un grueso pilar, hay una joven bellísima, medio desnuda, con un trapo que le tapa la boca.
-¿Qué haces aquí, hija? -pregunta el hombre mientras le quita la mordaza.
-¡Un pastor me tiene cautiva! -responde ella. Cada noche me trae bebida y comida. Y después...-la joven llora desconsolada-. Hasta que se agota y se duerme.
-¿Y tu...-pregunta el hombre, indignado-, no has intentado huir?
-Imposible. Lo he intentado todo. He esperado este momento cada día, que alguien me encontrara.
-¿Quieres decir que si yo no hubiera venido seguirías cautiva indefinidamente, sin poder denunciar las barbaridades de este salvaje?
La joven asiente, afligida.
El hombre mira al suelo, abstraído, con la mano en la barbilla. Alza los ojos y contempla con deleite el cuerpo de la joven, su cara, la abundante cabellera.
Al fin, a los cincuenta años, un episodio memorable.
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1ª Versión
XVI. INCISO
El señor Vidagany caminaba una mañana por los rincones más ocultos de un bosque, meditando sobre la grisura de su existencia, cuando súbitamente descubrió una cabaña hecha con troncos de pinos mutilados. Dentro, atada a un grueso palo, encontró una bellísima adolescente, medio desnuda, silenciada por un trapo que le tapaba la boca.
- ¿Qué haces aquí, hija? –dijo, mientras deshacía la mordaza.
- Estoy secuestrada por un pastor perverso. Me tiene prisionera, separada del mundo y de los que amo. Una vez al día, al atardecer, me trae leche, carne y fruta para mantenerme sana. Y seguidamente me viola… Lo hace de todas las maneras posibles, frenético, hasta que, agotado, regresa con las cabras.
Vidagany escuchaba indignado la explicación de aquella criatura de larguísima melena y cuerpo lozano.
- ¿Y tú… no has hecho nada para huir?
- Imposible. Lo he probado todo. No puedo desatarme. Cada día esperaba que llegara alguien, pero nunca sucedía. Aparte del sátiro, usted es la primera persona que veo en mucho tiempo.
- ¿Quieres decir que si yo no te hubiera descubierto seguirías cautiva indefinidamente, sin poder denunciar las barbaridades que te ha infligido este salvaje?
- Sí, así es.
Vidagany miró al suelo, abstraído, con la mano en la barbilla. Al fin, a los cincuenta años, la vida le brindaba un episodio memorable. Observó su reloj. “Es pronto”, pensó, “mi familia no me echará en falta hasta tarde…” Resuelto, sin ninguna duda, el señor Vigadany empezó a desnudarse.
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