Ante la apatía, la gordura y la torpeza del marido, ella recurría a los sueños para saciarse. Con un vecino de veinte años, con un vagabundo, con una estrella del cine...No había límites. Cada noche despegaba y cada mañana aterrizaba en la rutina.
En uno de los sueños, decidió no regresar. El marido, al despertar, la buscó inútilmente por la casa.
Días después, cuando le interrogaron, aseguró haber oído, durante las largas vigilias, suspiros y gemidos en la habitación.
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