Traducció al castellà del contes d'Espiral, de Manuel Baixauli

Tres

El hijo del rey ha nacido con tres orejas. Su majestad está confuso entre la alegría de tener por fin un sucesor y la deformidad de éste, inocultable a los ojos del mundo. Ningún médico de la corte  ofrece una solución al problema, ni se atreve a emprender una intervención de futuro incierto. Si la criatura muere en el intento, la ira del rey caerá, implacable, sobre el temerario cirujano. Alguien sugiere, con sordina,  que quizá no es  grave disponer de una tercera oreja, que Dios nuestro Señor debía quererlo así, para que escuchara mejor las súplicas del pueblo.
         - ¿Súplicas? -gritó el rey- me nace un heredero con tres orejas y tu me vienes con súplicas... ¡Ah, el pueblo! Ni imaginar quiero qué dirá el pueblo cuando se difunda la noticia.  ¡Vete tu a saber con qué mote pasará a la historia mi hijo!
 Al verlo tan desesperado, uno de los consejeros se acerca al rey y le habla de  Korfus. 
         - ¿Korfus? -dijo el rey- ¿Qué Korfus?
El consejero intenta explicarle quien es Korfus, pero los doctores le interrumpen. Los doctores, que ante las quejas de rey se han hecho los suecos, se alteran cuando oyen la palabra Korfus.
         -¿Korfus? ... ¡Nunca jamás! -dice uno de ellos- Es un brujo, un hereje, un estafador que usa métodos diabólicos.
Los doctores explican al rey que Korfus había sido justamente condenado a la hoguera por la Inquisición, y que el encargado de pronunciar la sentencia, un hombre joven y sano,  murió de un colapso mientras la proclamaba. Le cuentan que nadie se atrevió a ejecutar la sentencia, y al poco tiempo, no se sabe como ni porqué, Korfus quedó libre.
         - El tal Korfus... -pregunta el rey- ¿escapó de la Inquisición?
         - Se acobardaron -responde el consejero- Korfus es un hombre capaz de hacer prodigios.
         - ¿Capaz de curar un exceso de orejas?
       - Si alguien puede curar lo que los médicos no curan -responde el consejero-, ese alguien es Korfus.
Maldiciones, acaloradas protestas de los doctores, que son apremiados por el rey a abandonar la estancia. A solas con el consejero, el rey dice:
          - Si Korfus sabe tanto, ¿por qué no forma parte de  mi equipo de doctores?
          - Va por libre. Además -prosigue el consejero, señalando la puerta por donde han salido los médicos-, ellos no lo aceptarían. 
          - ¡Ineptos! -exclama el rey- ¡Tráelo aquí! ¡Inmediatamente!
          - Vive lejos, señor. Además ...
          - ¿Qué?
          - Pues que ... no sé si querrá venir.
          - ¿...?
       - Es que... La Inquisición, la envidia de los otros doctores, lo obligan a vivir apartado, y nada lo saca de su retiro.
El rey queda mudo, pensativo. Al poco rato, con gesto decidido, posa su mano sobre el brazo del consejero.
            - Llévanos ante Korfus - dice.
Korfus vive muy lejos de allí, en una casa construida en medio de a naturaleza, a las afueras de una aldea de montaña.
El tercer día de ruta en carreta, el rey, la reina, el heredero sobrado de orejas, el consejero y un carretero sordomudo encuentran la casa de Korfus. Van de incógnito, camuflados de mercaderes ambulantes. Durante el trayecto han conocido la aspereza del camino, la suciedad de las posadas, la miseria de los lugareños.
Hay cola en la puerta; plebeyos que esperan sentados en un rústico banco de madera. El consejero pasa por delante de ellos, acaparando las miradas, y entra en la casa. En el vestíbulo, una joven, sentada ante una mesa, estudia un pergamino con el dibujo de un esqueleto humano.
           - Quiero ver a Korfus -dice el consejero.
       - Todos los que están sentados fuera quieren ver al Maestro -responde la joven, que apenas alza los ojos del esqueleto dibujado-. Póngase a la cola.
          - Se trata de un caso extraordinario.
          - ¿Extraordinario? -la joven lo mira-. No da la impresión, usted, de tener un pie en la fosa.
          - ¿Dónde está? -insiste el consejero.
          - El Maestro está dentro -señala una puerta-. No se le puede interrumpir cuando trabaja.
El consejero pasa por alto el aviso y  se dirige, resuelto, hacia la puerta.
          - ¡Señor! -exclama ella para detenerle, pero él ya ha abierto y entra sin mirar atrás.
La habitación es rectangular, amplia, de techo alto y paredes forradas con dibujos de insectos, de esqueletos, de órganos. En medio de la estancia, sobre una gran mesa de madera, al lado de otra mesa llena de recipientes  humeantes, yace una anciana con las piernas desnudas. Korfus cura, concentrado, una herida.
Es alto, delgado, calvo; viste una túnica negra desde el cuello hasta los pies.
El consejero se le acerca.
         - ¡Korfus! - le dice al oído-. ¡Ahí fuera están sus majestades los reyes y su recién nacido para que los atiendas!        
            - De acuerdo –responde Korfus sin mirarlo-. Que pidan la vez.
            - ¡Cómo! ¡Qué los reyes deban esperar detrás de los plebeyos!
Korfus desatiende la herida de la anciana y mira de hito en hito al consejero. Bajo frondosas cejas, arqueadas súbitamente, sus ojos son infinitos.


         - Si le parece bien , majestad, es conveniente que hagamos cola - propone el consejero a los reyes-. Es la mejor manera de evitar sospechas.
          - Tienes razón - responde el rey-. La Inquisición es ommipresente.
El consejero respira. 
El hombre que les precede en la hilera traza con grafito, sobre la lisa corteza de un árbol, formas incomprensibles.
         - ¿Qué es esto? -pregunta la reina.
         - Un mapa -responde el hombre-. El mapa de un país nuevo .
         - ¿Y dónde está, este país?
         - Aquí mismo -responde el hombre, señalando la pared descostrada de la casa de Korfus, donde una de las manchas de la vieja pintura tiene la misma forma irregular del dibujo-. Lo aprendí del Maestro. "Hay infinitos mundos, dentro de este mundo", me dijo, y me puso como ejemplo un muro desconchado. "Ahí puedes ver lo que quieras", me dijo. Desde entonces el mundo, para mi, no tiene límites.
          - ¿Y como se llama este nuevo país? -pregunta, burlón, el rey.
          - Korfusia -responde el hombre-. Es un regalo para el Maestro.
          - ¿Y quién es el rey?
         - ¿Rey? ¿Pero qué dice?... No hay reyes, en Korfusia. Ni ladrones, ni ricos, ni soldados, ni curas... Korfusia es un país libre.


El aspecto de Korfus impacta al monarca. En aquella habitación forrada con dibujos de insectos, de esqueletos y órganos, el hombre larguirucho y calvo, vestido de la cabeza a los pies con una túnica negra, le parece un ser de otro mundo.
          - Hemos traído a nuestro hijo -dice el rey- Una criatura de pocos días, encantadora, con un gran futuro ..., pero con un defecto.
         - Ha nacido con tres orejas - dice la reina.
         - ¿Cuantas? -pregunta sorprendido, Korfus.
         - Tres -ratifica el rey.
         - ¡Tres...! -murmura Korfus, reflexivo.
Korfus señala la gran mesa de madera que ocupa el centro de la estancia. Ponen al bebé encima. Korfus se acerca, se inclina sobre él, lo examina minuciosamente. Al rato se endereza y deja caer los brazos.
            - ¡Pobre criatura! –dice-. Siempre tendrá una oreja de más.
            - ¡Qué dices! –reacciona el rey-. ¿No hay solución?
            - Korfus! –exclama el consejero-. Has sanado todo tipo de enfermedades, has hecho verdaderos prodigios cuando los demás doctores se daban por vencidos… ¡No me lo creo que no puedas extirpar una simple oreja!
            - Lo lamento -dice Korfus-. No hago milagros. La ciencia todavía no tiene remedio para este problema. 
            - ¡Excusas! –insistió el consejero-. Te conozco, sé de que pie cojeas. Detestas a los poderosos.
            - Korfus! –dice la reina-. Pagaremos lo que sea. Pide y lo tendrás..
            - Señora -responde, sereno, Korfus-,  con gusto le exigiría un montón de cosas; no para mí, que no las necesito, sino para su menospreciado pueblo. Pero no se trata de esto: el defecto de su hijo no tiene cura. Si se le extirpa la oreja morirá.
El consejero agarra a Korfus por el pecho.
            -¡Farsante! –grita, mientras lo zarandea-. ¡No permitiré que te burles de mis señores!
Lo agarra de la túnica con tal violencia que el vestido negro se desgarra y deja a la vista el cuerpo casi desnudo de Korfus.
Korfus que no ha ofrecido resistencia, mira, apático, a los monarcas.
De la única pieza interior que lleva, unos calzones blancos de algodón, descienden, hasta el suelo, sus tres largas y raquíticas piernas.

3 comentaris:

Wara ha dit...

¡Cuánto me ha gustado esta historia! Gracias por tu trabajo de traducción, que me ha acercado a Korfus y su resistencia pasiva ante el agresivo requerimiento de los monarcas, que penan por su hijo mas no por el pueblo. ¿He dicho que me ha gustado? ¿No, sí? Es que lo he leído varias veces y cada ocasión se merece su propio reconocimiento.

Gracias.

Àvida Lectora ha dit...

No se merecen.
Siga leyendo

àvida lectora ha dit...

La primera edición de Espiral es de 1998, en el 2010 el autor ha reescrito todos los cuentos.

Primera versión.


III. TRES


Siglo XV. El hijo del rey había nacido con tres orejas. Su majestad estaba confuso, entre la alegría de tener por fin un sucesor y la deformidad de éste, inocultable a los ojos del pueblo. Ningún médico de la corte pudo ofrecer una solución al problema, alguno sugirió que quizá no estaba tan mal disponer de una tercera oreja, que Dios debía quererlo así para que escuchara mejor las demandas de sus súbditos. El rey no comprendió qué sentido tenía escuchar a la gente, y se estremeció al presentir la befa del pueblo cuando corriera la voz.
- ¡Vete tu a saber con qué mote pasará a la historia! -exclamó.
En medio de la desesperación, fue uno de los consejeros quien le habló de Korfus. Los doctores protestaron: Korfus era un brujo, utilizaba métodos diabólicos… Le recordaron que había sido condenado a la hoguera por la Inquisición, y que el encargado de pronunciar la sentencia murió de un colapso mientras la proclamaba. Nadie se atrevió a llevarla a cabo; el Santo Oficio resolvió anular la pena. El consejero arguyó que Korfus era la única persona capaz de curar lo que los médicos consideraban irremediable.
-Tráelo aquí! –ordenó el rey.
- No creo que acepte venir, señor –respondió, cauto, el súbdito.
El monarca, perplejo, afirmó:
- Llévanos, pues, a su presencia.
Korfus vivía en una cabaña en el barrio mas pobre de la ciudad. De incógnito, en una vieja carreta llegaron el rey, la reina, el heredero de la corona y el consejero. Varios plebeyos esperaban sentados delante de la puerta. El intermediario la abrió y entró para anunciar la visita. Korfus estaba concentrado en la limpieza de las heridas de una anciana.
- Korfus! -le dijo al oído-. Sus majestades los reyes y su recién nacido están fuera para que los atiendas.
- Muy bien –respondió, sin molestarse en mirarlo-. Que pidan la vez y se sienten.
- ¿Cómo? ¿Qué los reyes esperen detrás de todos estos miserables?
Korfus desatendió ligeramente las heridas y clavó su mirada en el visitante.
-No te entiendo… ¿Qué quieres decir?
El consejero explicó a su majestad la conveniencia de hacer cola, sugerida por el anfitrión a fin de evitar que los presentes sospecharan. El rey accedió.
El aspecto de Korfus impactó al monarca. En una habitación tan desprovista, tan calurosa, ese hombre alto, cubierto de pies a cabeza por una túnica color humo, le pareció venido de otro mundo. Pusieron al niño encima de una mesa. Korfus lo examinó.
- ¡Pobre criatura! –dijo-, siempre tendrá una oreja de más.
- ¡Cómo! –reaccionó el rey-. ¿Quiere decir que no hay solución?...
- Korfus! –exclamó el consejero-, tu has sanado todo tipo de enfermedades terminales a la gente más miserable, has hecho verdaderos prodigios cuando los demás doctores se daban por vencidos… ¡No puedo creer que te sea imposible eliminar una simple oreja!
- Yo solo he sanado hasta donde llega la ciencia. Nunca he hecho milagros. La ciencia todavía no tiene remedio para este problema. Lo lamento.
- No es cierto –insistió el consejero-. Te conozco bien. He oído de ti que detestas a los poderosos…
- Korfus! –dijo la reina-, estamos dispuestos a pagar cualquier precio. Pide lo que quieras.
- Señora, con gusto le pediría un montón de cosas, no para mí, que no las necesito, si no para su menospreciado pueblo…, pero no se trata de esto: la enfermedad de su hijo no tiene cura. Si se le extirpa la oreja morirá.
-¡Farsante! –gritó el consejero, mientras le empujaba hacia atrás-. ¡No permitiré que te burles de mis señores!
Le agarró de la túnica con tal violencia que la amplia vestimenta se rasgó y dejó el cuerpo casi desnudo del sanador a la vista. Korfus, que no había ofrecido resistencia, miraba, apático, a los monarcas. De la única pieza que llevaba, unos calzones blancos de algodón, descendían, hasta el suelo, sus tres largas y raquíticas piernas.