Despierta sobresaltadamente de la siesta y apenas puede abrir los ojos. Hace horas que se había echado, exhausto, a la sombra de una higuera de su chalet. Ahora, la somnolencia, el bochorno, le impiden comprender que se encuentra en un paraje yermo, surcado por infinitos caminos y encrucijadas. Se incorpora, camina en una dirección cualquiera buscando un lugar conocido. Sin suerte: todos los lugares a donde llega son calcados al punto de partida. ¿Dónde está la higuera? ¿Dónde el chalet?
Alza la vista. No ve el cielo, sino una masa enorme, húmeda, movediza, que no puede identificar como mi lengua porqué antes de que lo haga, lamo la palma de la mano con que lo he capturado y me lo trago.
Alza la vista. No ve el cielo, sino una masa enorme, húmeda, movediza, que no puede identificar como mi lengua porqué antes de que lo haga, lamo la palma de la mano con que lo he capturado y me lo trago.
Espiral, Manuel Baixauli
Traduït per l'àvida lectora
Traduït per l'àvida lectora
3 comentaris:
M'agrada la traducció, però no hauria estat millor fer-la de la versió reescrita per l'autor?
Trobe que la versió actual del llibre ha millorat força.
Enhorabona.
Isidre.
Ostres, tens raó! aquest no el vaig repassar.
Vaig començar a traduir-los a partir de l'anterior edició, els altres els vaig revisar i aquest no hi vaig pensar, quin cap!
Ara rectifico.
Gràcies.
La primera edición de Espiral es de 1998, en el 2010 el autor ha reescrito todos los cuentos.
Primera versión.
IV: DESIERTO
Joan Cortell despertó sobresaltadamente de la siesta y tardó no pocos segundos en superar el efecto deslumbrador del sol. Hacía horas que se había echado, fatigado, bajo la espesa sombra de la higuera que adornaba su chalet. Ahora, la somnolencia, el bochorno, le impedían comprender que se encontraba en un paisaje yermo, lleno de infinitos caminos, de prominencias, de hoyos y de encrucijadas. Se incorporó, caminó en una dirección cualquiera con la esperanza de llegar a algún lugar identificable. No tuvo suerte: como en un laberinto, todos los lugares a donde llegaba eran calcados al punto de partida. Joan Cortell alzó la vista, desmoralizado, y no vio el cielo sino una masa enorme, asquerosa, que quizá no tuvo tiempo de identificar como la lengua de un servidor, que lo había capturado con la palma de la mano y se disponía, inmediatamente, a engullirlo.
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