Un viejo se levantó y encendió la luz. Suspiros, alguna imprecación.
-¡ Señoras! ¡Caballeros! -gritó-. Debo informarles.
El viejo insistió hasta que todos atendimos. Parecía un hombre austero, sensato, serio.
-Debo comunicarles una noticia -dijo bajando la voz, en tono confidencial.
Silencio. Solo el traqueteo del tren.
-¡Dios ha muerto!... Hoy mismo, hace pocos minutos.
Vacío polar en el esqueleto. Pánico, quizá.
Alguien se rió. Oí, también, un llanto.
Y el sonido del tren.
¿ Cabía la posibilidad de que hasta aquel momento Dios hubiera existido?
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1era versión
XI. VAGÓN
Una gran parte de los viajeros dormía bajo la calma espesa del vagón. El trayecto era largo, habíamos recorrido sólo la mitad, y la voz del tren resonaba íntima, como la de un amigo. Un viejo se levantó y encendió una molesta luz central, que provocó suspiros y alguna maldición.
- ¡Señoras! ¡Caballeros! –gritó. ¡Hagan el favor de escucharme! ¡Por su propio interés!
Insistió varias veces hasta que se aseguró de que toda la concurrencia estaba pendiente de él. Su aspecto, la actitud, la mirada, explicitaban un hombre sensato, austero, demasiado serio para hacer una broma entre desconocidos. Me pareció que incluso asumía resignado su protagonismo.
- He de comunicarles una noticia transcendente –dijo, en tono confidencial, bajando la voz. Hubo un silencio macizo. Todos atendíamos. El ruido del tren fue ignorado. Entonces, con la mirada perdida, continuó-:
¡Dios ha muerto!... Ha ocurrido hoy mismo, hace tan sólo unos minutos…
Noté un vacío polar en los huesos, una especie de pánico. Los viajeros parecían consternados o abatidos. Se oyó un sollozo. ¿Temblaban por lo mismo que yo? ¿O quizás lamentaban tan significada pérdida? Ciertamente, me sumergió en la angustia la idea que hasta ese instante Dios hubiera existido.
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